Los comentarios, compartidos en el círculo de amigos de Zola, relativos a la colaboración creciente de la periodista Julia Allard en la obra novelística de su marido, el escritor Alphonse Daudet, inspira la crónica de la pareja de artistas que protagoniza Madame Sourdis, un relato que, primera publicación en San Petesburgo, en 1880, debió aguardar veinte años para ser anunciado en Francia. Zola nos ofrece unas páginas, que bien tengan la posibilidad de servir de antesala de La obra (1886), en las que la relación fáustica sostenida por los Sourdis es observada mediante los misterios del taller de trabajo y en el contexto de la sociedad artística parisina de las últimas décadas del siglo XIX, con sus Salones y sus complacencias al gusto mayoritario. Entre estos relieves, Zola compone una sugerente alegoría del triunfo de la mediocridad.Madame Sourdis, hasta la actualidad nueva en castellano, tiene un lugar propio entre las piezas literarias que, ahora desde La obra de arte ignota (1831), de Balzac, han dirigido su curiosidad a los entresijos del atelier de creación y a las características del mundo artístico en aquel siglo.