Alentado por el éxito comercial de la expedición de Magallanes tras el regreso de la Victoria cargada de clavo al cargo de Juan Sebastián Elcano, Carlos I decide enviar a Las Molucas una segunda flota más ambiciosa a las órdenes de don García Jofre de Loaísa, secundado por el propio marino de Guetaria.Si en la primera expedición la división entre marinos españoles y portugueses estuvo a puntito de ofrecer al garete con los objetivos más esenciales, en esta segunda va a ser la división de clases entre los nobles capitanes castellanos lo que pondrá los resultados en el filo de la navaja, pues si por una parte considerarán a Loaísa falto de los conocimientos náuticos suficientes para encabezar la flota de siete barcos, por otra despreciarán a Elcano por no reunir la hidalguía bastante para mandarlos.Desde la salida de La Coruña en julio de 1525 la desconfianza y los recelos van a ir minando el preciso espíritu de aparato que necesita una expedición de siete naves, lo que terminará por traducirse en desobediencias, deserciones, abandonos y motines, un maremagno de siniestros en el que Loaísa como Elcano encontrarán la desaparición en aguas del Pacífico.