Tras un desengaño amoroso, Elisa está decidida a retomar las riendas de su historia y también ir tachando propósitos de su lista de objetivos: continuar siendo la mejor en su empleo, casarse, formar una familia, mudarse a una bonita casa a las afueras…¿El inconveniente? Todavía no ha popular al futuro padre de sus hijos. Pero ella no es de las que se rinden tras un fracaso y tiene clarísimo qué tipo de hombre quiere a su lado. Para iniciar, uno que no se parezca en nada al letrado con el que debe competir en su trabajo, ese que está poniendo a prueba toda su paciencia.
Jack Helker es tan atrayente como borde. A pesar de su sonrisa insolente y de que es el habitual hombre que debería venir con un letrero en la frente en el que pusiera «no tocar», Elisa es inútil de ignorar el deseo que siente cada vez que él está cerca. Y, entre rocambolescas citas, Froot Loops y noches imprevisibles, empezará a reconsiderar que a veces «perder el control» asimismo tiene sus virtudes.
«Quizá la princesa no halle a un caballero a lomos de un corcel en el momento en que se asome a la ventana de la torre, pero quizás sí tropiece con un seductor chico de ojos grises el día que se atreva a dejar atrás los seguros muros del castillo».