Estos textos han recobrado, en los últimos tiempos, por obra de la crítica, su carácter de testimonio genuino de la transformación interior que la conversión al cristianismo operó en su alma.
Los Soliloquios forman una meditación, con apariencia de un diálogo entre el alma y la razón. Comienza con entre las mucho más increibles plegarias que el hombre logre elaborar. Se dirige, luego, hacia los 2 objetivos centrales del pensamiento agustiniano: saber a Dios y saber el alma. De allí, la enumeración afanosa de todas las condiciones que posibilitan ese conocimiento y el descubrimiento de la necesidad indispensable de la luz de Dios para poder ver la verdad.
El libro segundo de los Soliloquios está dedicado al tema de la inmortalidad del alma. Si bien su argumentación no es conclusiva, no podemos negar la fuerza especulativa que Agustín impone al tema; más que nada, cómo se abre paso, poco a poco, en esta reflexión sobre la verdad, su doctrina de la iluminación.
En Sobre la vida feliz, comienza desde un punto de vista mucho más práctico: de la necesidad de felicidad del hombre debe de concluirse que puede localizar la verdad. El sabio es feliz. Pero la alegría está en lo que no puede perderse y solo quien tiene a Dios puede ser feliz. De este modo, ‘no hay verídica felicidad, sino en el especial conocimiento de Dios’.
Nuestro propósito es arrimar al lector inquieto un pensador católico cuyo lenguaje, cuya problemática y cuyas respuestas tienen la posibilidad de ser válidos el día de hoy. Si estos textos despiertan la atracción por el pensamiento agustiniano e alientan a su lectura, daremos por bien usado nuestro esfuerzo.