Hubiera sido un verano perfecto, pero Claudio García, mi único enemigo en mi lista de enemigos se mudó a mi vecindario. Por suerte mi padre era un comprendido en enemigos y me propuso un truco para deshacerme de él: Un pastel para enemigos. Mi padre me mencionó que, para que el pastel surtiera efecto debería invitar a Claudio, pasar un día entero con él y ser realmente simpático. Yo estaba presto a cualquier cosa, así que fui en bicicleta a su casa y le invité a jugar en la mía. Dimos una vuelta, y luego jugamos toda la tarde e inclusive le dejé entrar en mi cabaña. Cuando mi padre nos llamó para cenar, empezaba a dudar si debía sostenerle en mi lista de enemigos: ¡A lo destacado no era tan malo! Y cuando tuvimos el pastel en el plato, un gran pánico se apoderó de mí y le grité a Claudio que no se lo comiera. Acababa de perder a mi mejor enemigo… Desde 6 años.