La convivencia no es fácil en una red social de vecinos. En la mía hay malentendidos, vecinos cotillas, pequeños estruendosos, ancianas de recias tradiciones, mujeres de disipadas prácticas (por lo visto, una de esas soy yo), divorciadas rompepelotas, apuestos metrosexuales y, si bien te cueste creerlo, hasta un par de personas que están en sus cabales. Bueno, aproximadamente…
En la mitad de esa fauna urbana habito yo. Y vivo, mejor dicho, vivía, muy sosegada, hasta el momento en que me he vuelto loca por un nuevo vecino… Es un hombre solitario, de mirada taciturna y labios golosos que se instaló en el edifi cio hace un par de meses con su abuela, que, a propósito, es mi oponente acérrima. ¡Pienso en liarme con él solo para incordiarla!
Aunque claro, el que toda vez que lo veo me muera por besarlo es un agregado. Y si esto no fuera bastante para alterar mi (escasa) paz mental, ahora también contamos a un macabro bromista que se dedica a dejarnos regalitos en los descansillos de la escalera. ¡Espera a que lo pille!