En el momento en que el Comisario San Martín vio la cita bíblica en el devocionario del hombre degollado en la iglesia, no lo dudó ni un instante: tenía ante él la primera de las víctimas de un asesino múltiple. Mía es la venganza es la crónica de un ejecutivo jubilado que una mala tarde perdió la razón, se enojó con el Constructor y empezó una saga terrible de muertes gratis. Deseó competir con Dios no en sus facultades creadoras, sino más bien en su ilimitada aptitud de destrucción. Eso, por lo menos, era lo que él se afirmaba a sí mismo. El Comisario tenía, no obstante, un concepto bien distinta. Tuvo cumplida ocasión de debatir su criterio con «El asesino de la Biblia» y de corroborar sus teorías sobre los nueve homicidos que investigó desde el primero de las situaciones. El relato navega por los oscuros deseos, en ocasiones inconfesos, de la mayor parte de los humanos de acabar con la vida de un similar con el que tiene alguna cuenta pendiente. Deseos que, por fortuna, no suelen suceder del tenue esbozo de una vaga intención, que, en ocasiones, nos ataca en el momento en que nos encontramos a punto de conciliar el sueño. El dolor, la muerte, el amor, son elementos rutinarios de la vida de alguno, pero, en ocasiones, pueden conjuntarse de manera tan siniestra que llegan a convertir a un ciudadano ejemplar en un asesino sin corazón, inmune al sentimiento de culpa.