Vivimos un momento de cambio histórico, una era de transición que genera indecisión a escala global. Todavía no sabemos cuál será el encontronazo en un largo plazo de la última crisis financiera, ni de unos avances tecnológicos capaces de transformar al humano, o del cambio en los equilibrios políticos de todo el mundo. Pero sí sabemos algo: la marca que quiera sobrevivir a esta dinámica que nos desconcierta a todos ha de ser capaz, el día de hoy más que nunca, de producir seguridad entre sus públicos.
La construcción de la seguridad es un desarrollo complejo, frágil, influido por multitud de matices y que, en realidad, no termina nunca. No obstante, cualquier marca que quiera subsistir debe situarlo en el centro de su estrategia. Esto piensa una escucha activa de lo que manifiestan sus clientes y sus públicos, pero asimismo una actitud proactiva enfocada a despejar incertidumbres y miedos y haga sentir a todos ellos que hay un interés genuino en ofrecer prioridad a sus intereses.