Es ingenua, zorrilla y hot. Tiene por nombre Miss Lace, y trae locos a todos y cada uno de los hombres de los varios regimientos por los que pasa, como sin duda trajo locos a todos y cada uno de los combatientes que leían semanalmente las tiras que Milton Caniff ofreció gratuitamente como forma de ayudar con el ahínco de guerra para levantar la ética de las tropas. Es una serie de su instante, didáctica cuando quiere, atrevida siempre, sensual y entretenida. No debemos olvidar para quién iban dirigidos estos gags: y pensemos que, después de las risas, varios de los lectores de esta serie no volvieron a casa al terminar la contienda. Sobre los juegos con las palabras y las ocasiones picantes, destaca el trabajo de narrativa gráfica. Y el respeto a los combatientes y a esta chavala misteriosa que era la novia de todos y de ninguno. Un modelo que se adelanta en una década a eso que entonces, quizá, sería Marilyn Monroe.