Mago Rosa había conseguido realizar
una bolsa de cuero que se lo tragaba todo.
Bastaba con decir:
¡OLETEMOC!
(una palabra que, si se dice al revés,
ya no es mágica)
Después de muchos experimentos, este mago monocromático encuentra una fórmula para satisfacer su ilimitada codicia y maldad gratuita, que no tarda en utilizar al Mago Amarillo, por el hecho de que no le caía nada bien, si bien sin entender por qué.
A partir de ahí empieza a completar su bolsa a la orden de ¡Oletemoc! (¡Cómetelo!, al revés). Con este objeto mágico, asiste al mercado y a la sastrería, arramplando con todo. Hasta hace suyo el palacio más fastuoso de la región e incluso el Banco, con su dinero, usados y clientes del servicio.
No obstante, su periplo de avaricia incontrolable se ve interrumpido cuando se encuentra con un bondadoso y espléndido manzano, que no duda en enfrentarse a él y a su bolsa de cuero para resguardar a un indefenso pajarillo:
—¡Nadie ni nada se me resiste! –gritó el mago, fuera de sí.
Pero, a entender por qué, la magia no funcionaba con aquel pájaro.
Este cuento revela que no hay enemigo pequeño. De esta manera, un fácil árbol y un ave diminuta tienen la capacidad de desquiciar a un mago y hasta anular sus poderes, en el caso del pequeño pájaro.