En el verano de 2018 una secuencia de hechos empujan a Paula Bonet hacia una escapada a solas en busca de un espacio en el que resguardarse. Provista–como es su práctica–de lápiz, pinturas y un cuaderno de tapas negras, llega a Santiago de Chile, la ciudad que hace más de veinte años ahora la acogió y le ofreció alivio. Paula viaja sola y, mientras que anda, pinta el mundo. Pintar y escribir se confunden como se confunde el material que resulta en las páginas de su cuaderno: sitios, encuentros, lecturas, pensamientos y reflexiones; los héroes y heroínas que conforman su imaginario y los demonios que la persiguen; momentos de serenidad y contemplación, seguidos de la explosión de los sentimientos más descarnados… En ese incesante tránsito efervescente, retrata las miradas de los personajes con los que se va cruzando, un retrato colectivo que se convierte asimismo en el esbozo del suyo.
En estos diarios el lector está frente a la posibilidad única de vivir íntimamente la búsqueda de una mujer, su ansia por fijar lo que ve, lo que siente y lo que revela para de esta manera no olvidarlo. Una pintora-autora-autora que se muestra–en un acto de una honradez inusual–con valentía, y que demanda sin miedo, sin tregua y sin reposo, siendo consciente de ciertas dificultades añadidas para ser de una forma activa y plena: «Las mujeres no podemos fundirnos como peces en el agua. Andamos no para ver, sino más bien para ser vistas. De ahí que pinto y escribo La anguila. De ahí que dibujo y escribo estos diarios, por el hecho de que ver es un acto bien difícil.»
Leer, tocar y ver estos diarios, poder movernos con su autora, es asimismo una oportunidad para acercarnos al taller de la ficción, a los materiales que configuran su novelaLa anguila.
«Paula Bonet es una excepcional y también intrépida artista, esculpe las expresiones tal y como si se tratase de un material tajantemente nuevo» (Nell Leyshon).