Tiene dicha obra elementos de libro de viajes, de anecdotario, de períodico personal, de descripción costumbrista y también histórica, pero hay sobre todo siete leyendas en las que la magia y la imaginación brillan con particular esplendor y que constituyen lo que pudiéramos llamar el «corazón fantástico» del libro. Son narraciones repletas de aventuras, emoción, secreto y humor, donde se entrecruzan la ilusión y la realidad, lo maravilloso y lo diario, el presente y el pasado. Por medio de ellas penetramos en fantásticos salones contentos o nos unimos al corro de los que cuentan cuentos de temor cerca de la hoguera, asistimos al baile de los vecinos en el valle del Darro o contemplamos a la fantasmagórica corte de Boabdil hechizada bajo la montaña, conocemos al soberbio monarca legendario y al alcalde ruin y avaricioso, al poderoso mago y al humilde jardinero, a la doncella ingenua y a la cautiva cristiana embrujada.
El ámbito primordial de la acción es siempre y en todo momento el grupo de la Alhambra, a cuya belleza única se añade además de esto la fascinación de transformarse aquí en un cosmos de tesoros ocultos por secretos sortilegios, de espíritus que surgen de las fuentes a medianoche, de fantasmas de princesas enamoradas que lloran su desventura en las torres bañadas por la luna, de soldados fantasmales que montan guardia siglo tras siglo, o de monstruos como el caballo sin cabeza que se arroja a una galopada infernal al ofrecer las 12 de la noche en las tenebrosas arboledas.
Esos siete cuentos, indudablemente los más atractivos para el joven lector, son los que hemos elegido en este libro. La adaptación literaria aligera el texto, con el propósito de hacerlo más accesible al público a quien va dirigido, pero pone buen cuidado en respetar todo lo que es posible el estilo y preservar la mayoría de los matices que le dan su especial riqueza y personalidad. Como frutos de un trabajo de equipo, dibujos y fotografías se complementan con la escritura para realzar los momentos fundamentales de todas las historias, en los sitios específicos en que las concibió Washington Irving, las vivieron sus individuos y las recreamos el día de hoy nosotros, afortunados leyentes.