«“Se puede comparar el ser humano con un reino cuyos pobladores son sus propias células, y cuyo rey es él mismo. Lamentablemente, en la mayoría de las situaciones, se trata de un rey destronado por el hecho de que ha sido derruido por su propio pueblo, al que no ha conocido gobernar y educar de manera sabia. Mientras que se encontraba en el poder, se abandonaba serenamente a todo tipo de actividades inútiles y, hasta criminales, y quizá los que le rodeaban no se daban cuenta de nada, y hasta le admiraban… Pero sus propias células, en cambio, le espiaban, por el hecho de que no podía esconderse de ellas y, un día, eligieron derruir a este soberano que no cesaba de permitirse actos reprensibles. Antes de lanzarse a educar a el resto, cada uno ha de ser el pedagogo de sus propias células. Por el hecho de que tenemos que asumir que un pueblo al que su rey no da un excelente ejemplo, acaba imitándole, y lo depone. Mientras que si el rey da un ejemplo de amabilidad, de nobleza, de honestidad, sus células, que lo imitan también, hacen todo lo que pueden para sostenerle: se vuelven tan obedientes, tan radiantes, que esta radiación llega a manifestarse incluso en el exterior. Y son esta luz, estas emanaciones, las que actúan sobre los humanos, sobre los animales, y hasta sobre la vegetación, para influenciarlos… Ésta es la auténtica pedagogía”. Omraam Mikhaël Aïvanhov»