«Ya que en el fondo él sabe que dentro suyo hay algo obscuro, subterráneo, pre-olímpico, titánico-barbárico… que nada tiene que ver con la educación, el humanismo, la distinción, el dorado término medio, el ideal, la Grecia de Winckelmann…, sino es dionisíaco, poseso, extático-excesivo…». THOMAS MANN «Una historia que leo con auténtico miedo de Dios». FRANZ KAFKA Durante una noche de «felicidad indecible» la virtuosa Alcmena es fecundada por quien ella supone su marido, pero que luego resulta ser el dios Júpiter, que ha asumido la forma de su esposo. Si no solo sus sentidos físicos sino asimismo las fibras más profundas de su corazón fracasaron en decirle quién estaba con ella en la cama, ¿puede estar segura de algo? ¿Puede siquiera estar segura de que ella es ella misma? El narrador que cuenta la narración de la Marquesa sugiere oblicuamente que el creador del embarazo de la dama puede ser sobrenatural (el niño «cuyo origen, exactamente por el hecho de que era más misterioso, asimismo parecía ser más divino que el de las otra gente», palabras agregadas por Kleist en el momento en que examinó el relato en 1810) y de esta manera, debajo del secreto banal de quién cometió el acto, puede surgir un secreto más hondo. Tras haber insinuado estas profundidades, Kleist cambia de rumbo. Pero, tras la solución feliz propuesta por la narración para el enigma de la paternidad del niño, el obscuro aire de incomodidad de la Marquesa sugiere que el género cómico donde está inmersa puede no ser al que verdaderamente forma parte. De la Introducción de J. M. COETZEE (Premio Nobel de Literatura)