Tendemos a meditar que para ser empresario se debe tener habilidades extraordinarias, prácticamente sobrehumanas. Que hacer una importante empresa está guardado para genios como Steve jobs, dioses de los negocios como Amancio Ortega o para los que tienen un golpe de suerte como el de John Stith Pemberton, inventor de la Coca-Cola. Tendemos a opinar que siempre y en todo momento es otro el que crea compañías de éxito.Y, en general, cuando alguno de nuestros allegados decide montar un negocio, como una frutería o una cafetería, tampoco lo vemos como un emprendedor, pues los»nuevos negociantes»son los que montan negocios millonarios, los que tienen un don particular, los que hacen cosas extrañas y tienen ideas innovadoras… Con mi historia quiero desmitificar todo este engaño. Yo nací en Carabanchel, donde aún vivo y tengo la oficina, crecí como cualquier adolescente, no tenía ideas peculiares para mi futuro, no hacía planes de compañías, no puse un puesto de limonadas cuando era un chaval…No fui enviado a escuelas de negocios ni lo deseaba. Sencillamente disfrutaba de la vida, igual que mis amigos.la única diferencia es que, un día, deseé ser mi jefe, como cualquiera que monta una tienda o una gestoría. Que el negocio que monté acabara con una opinión millonaria no fue casual, pero tampoco un golpe de genialidad. Bubok, entre los proyectos mucho más relevantes de los últimos tiempos en España, fue el resultado de bastante trabajo, pasión y tal vez algo de suerte, pero sobretodo de un gran equipo de personas que creyeron en el proyecto. Hoy quiero compartir contigo nuestro sendero, pero sobretodo contarte de qué manera aprendí a disfrutar de él.Ángel María Herrera