El señor necesita cosas de todo el mundo, pero no entra en relación con sus penurias sino a través del siervo, que se encarga de transformarlo antes. El psiquismo humano depende de aportaciones ajenas, pero no toca esas materias sino a través del cuerpo, que las metaboliza antes. Con todo, algunas moléculas no se transforman en nutrición y provocan de modo directo un tono anímico.
Desde ojos cartesianos, son costumbres de cosa larga que infringen la regla y también influyen sobre la cosa pensante. Entre lo material y lo inmaterial, lo prodigioso y lo prosaico, por el juego de un mecanismo puramente químico «algunas substancias dejan al hombre ofrecer a las sensaciones ordinarias de la vida y a su forma de querer y pensar una manera deshabituada». Aunque el efecto solo resulte parcial y pasajero, engañoso, aunque nada sea gratis, la posibilidad de afectar el ánimo con un trozo de cosa tangible afirma extensamente su perpetuación. Para los humanos comer, reposar, moverse y hacer cosas semejantes resulta inesencial (en el momento en que no irrealizable) en estados como el desafío por la pérdida de un ser querido, el temor intenso, la sensación de fracaso y hasta la simple curiosidad. En ello se manifiesta la superioridad del espíritu sobre sus condiciones de existencia; y en poder afectar los ánimos mismos reside lo esencial de ciertos fármacos: fortaleciendo durante un momento la serenidad, la energía y la percepción dejan reducir de igual forma la aflicción, la apatía y la rutina psíquica. Esto explica que desde el origen de los tiempos se hayan considerado un don divino, de naturaleza fundamentalmente mágica.