En Filosofía verde, el filósofo inglés Roger Scruton se ubica en el justo medio entre dos males que cualquier persona razonable debería negar: un ecologismo activista que atribuye a la Tierra una esencia prácticamente divina y un capitalismo rapaz que concibe el mundo como una pura fuente de recursos de los que el hombre contemporáneo debe disponer sin freno alguno. Es en medio de estos dos males donde Scruton edifica su filosofía ecológica, que se asienta sobre la premisa de que, sin divinizar el lugar en el que vivimos, sí debemos cuidarlo y preservar nuestra herencia para las futuras generaciones. No obstante, ¿cómo lograr que el hombre corriente viva así y no de otro? ¿De qué manera detener la dinámica de producción, consumo y desperdicio donde estamos metidos? He ahí los dos enormes problemas que vertebran el presente libro. Convencido de que los acuerdos de todo el mundo y la legislación medioambiental no bastan, en tanto que la solución a los problemas ecológicos no puede imponerse desde arriba, sino es requisito un cambio de base, el filósofo inglés busca –y halla– la condición necesaria para que el hombre de a pie vuelva a percibir la Tierra como un bien al que querer y resguardar.