«Bastó que muriera a fin de que todos los odios se convirtieran en veneración, todas y cada una de las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Fallecido, por el momento no era un hombre sino más bien un símbolo. La América Latina se apresuró a transformar en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviese centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a puntito de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa. Aquella vida, corto como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no sólo de sobresaltos sino más bien de sueños espectaculares.»
William Ospina