Solamente quien posee una visión puede filosofar. Y la suya era la de una vida sub specie durationis, introduce en el fluído continuo y también indivisible de la realidad, entablando con ella una extendida camaradería, ganando su seguridad. El filósofo, a la manera del buen sastre, trabaja a medida, un traje para cada ser, aquel que le calza, que es el de el. Pero hasta entonces el ser se ha convertido en algo huidizo, por consiguiente el ahínco del filósofo es singular, y su herramental tradicional analítico- se convierte en herrumbre.
Únicamente una filosofía al unísono moviente puede penetrar en el murmullo impersonal de la vida profunda, donde el tiempo se vuelve eficaz, cargado de esa diferencia de tensión que es quizá el elemento clave de la existencia.Un tiempo que dura, una evolución preñada de imprevisible novedad, autora, un presente espeso y al unísono flexible, que se dilata hacia el pasado y hacia el porvenir.
Esa intuición, visionaria, que es ya la de Bergson sin pertenecerle totalmente, se ha dilatado al límite, hasta esta cima del pensamiento que nos presenta un cambio único que se estira como una melodía indivisible, donde lo esencial no es algo que cambia sino más bien el cambio mismo, y donde brota la imagenque es quizás más fuerte que el concepto, en tanto puede atraernos aquella intuición huidiza. Pero entonces quizá haya que pensar en un universo de imágenes en sí, alén de una conciencia imaginante a la manera sartreana. Universo enunciado por Bergson a través de una fórmula radiante: undevenir sin necesidad de soporte. ¿Qué es esta visión? ¿Es falsa, es verídica? Poco importa. Nos volverá más fuertes y más alegres, eso es todo