Entre las escasas cosas que entendemos de Salomé, la princesa que, tras bailar para el Tetrarca Herodes Antipas, exige como recompensa por su exhibición la cabeza del Bautista, es que se trata de una mujer muy, muy bella. Y, no obstante, la narradora de El papiro de Miray, nos la presenta, en las primeras líneas, como un ser deforme e indefenso, que inspira al unísono compasión y un punto de repugnancia. Pero, ¿quién es Salomé? Se trata, de hecho, de un personaje menor, dibujada con unos pocos trazos en el Nuevo Testamento: Pero en el momento en que llegó el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías bailó enfrente de la compañía y agradó a Herodes, tal es así que él prometió con un juramento darle cualquier cosa que ella pudiera pedir. Impulsada por su madre, ella dijo: «Dame la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja». Y el rey se apenó, pero gracias a sus juramentos y sus convidados mandó que así se hiciese. Envió a decapitar a Juan en la prisión, y le trajeron la cabeza en una bandeja y se la dieron a la niña, y ella se la llevó a su madre.