En la primavera de 1912, el comerciante de libros antiguos Wilfrid Voynich se encontró, cerca de Roma, con un manuscrito que por su apariencia parecía un grimorio medieval, escrito en un lenguaje extraño que, hasta el día de hoy, absolutamente nadie consiguió transcribir. Durante los últimos cien años su texto ha sido exhaustivamente analizado por científicos, lingüistas y especialistas en criptología, tanto civiles como militares, pero todo ha sido en balde. El alfabeto usado prosigue sin identificarse y el contenido del libro continúa siendo un misterio. Un siglo de descalabros ha nutriendo la teoría de que el libro no es más que un elaborado engaño, una secuencia de símbolos a la suerte sin ningún sentido alguno. No obstante cumple precisamente la ley de Zipf, según la que la frecuencia de aparición de las distintas expresiones que forman un idioma prosigue unas normas rígidas, mostrándose la palabra utilizada con más frecuencia precisamente el doble de veces que la que prosigue en frecuencia de utilización, el triple que la siguiente y de esta forma sucesivamente. Esta ley, promulgada en la década de 1940 por el lingüista George K. Zipf, de la facultad de Harvard, se cumple en todos los lenguajes conocidos. No probablemente el creador del manuscrito Voynich conociera la ley de Zipf, enunciada varios siglos después, y por tanto, que la aplicara a una lengua inventada por él. Entre las teorías más recientes sobre este enigmático libro es la presentada por la doctora Edith Sherwood, según la que se trataría de una obra de Leonardo da Vinci, efectuada en el momento en que este contaba ocho o nueve años de edad. La doctora Sherwood exhibe la semejanza entre la escritura del manuscrito y la del niño Leonardo, que se mantiene en otros documentos.