Este hombre, en un intento deseperado de supervivencia, arrienda por unas noches a una muchacha en cuyo cuerpo él espera aún conseguir, cuando menos por primera y última vez, esa vida que se le va, que se le fué ahora?o que nunca tuvo. Pero, entre los gemidos del sexo, en el revuelo de las sábanas, similar al de las olas del obscuro mar que les circunda, ella no percibe en él otra cosa que los estertores de una muerte irremediable.
Marguerite Duras, con estos dos textos de sexo y amor, consigue, a sus sesenta años, la perfección literaria : su brevedad, su concentración, su consistencia no son equiparables sino más bien a la mejor esencia de un perfume cuyo aroma permanece largo tiempo imborrable en la piel y en la memoria.