Prometeo ha robado el fuego de los dioses para entregárselo a los hombres, y por ello es castigado por los pobladores del Olimpo. Una Furia lo encadena a una roca y le comienza el hígado cada noche como penitencia. Cuando logra huír, Zeus le propone un trato: si logra localizar a un solo héroe verdadero en toda la crónica de la raza humana por la que él ha traicionado a los suyos, le perdonará. Prometeo se encogió de hombros y se sacudió de encima las cadenas rotas. «Tal vez no desee esconderme en este planeta», murmuró. Prometeo era un dios prófugo. ¿Su delito? Robar el fuego a Zeus y entregárselo a la raza humana. ¿Su castigo? Ser encadenado a una roca y aguantar que un ave monstruosa le arrancase el hígado cada día por toda la eternidad. Hasta el momento en que escapó. Y es así como fue a parar a Ciudad Edén en 1858, y a mi vida. ¿Que quién soy yo? (Eres un individuo muy curiosa ¿no?). Llevo por nombre Jim y soy huérfano. ¿A qué me dedico? Libero a los ricos de sus riquezas. Prometeo y yo éramos uña y carne. Y aprendí que a veces hasta los dioses precisan asistencia en el momento en que el peligro avizora…