La novela se abre con una imagen impactante: un hombre que, inexplicablemente, comienza a acumular una inmensa fortuna. Este hombre, cuyo nombre no se revela, vive en una “cama de sal” (un elemento clave en la atmósfera onírica de la obra) y su situación económica lo lleva a realizar un acto absurdo, pero que desencadena una serie de acontecimientos extraordinarios. Lo que comienza como un misterio económico se transforma rápidamente en una aventura épica que se desenvuelve a través de un argumento fantástico que se extiende desde la cama de sal del protagonista hasta el encuentro con el enigmático Chilabaco.
El protagonista, impulsado por una fuerza inexplicable y por la presencia de dos grandes imanes ocultos en su espalda – capaces de atraer todo el oro del mundo – se convierte en el dueño absoluto de lo que le circunda, expandiendo su poder e influencia a través de los siglos. El viaje físico y temporal es fundamental para la comprensión de la historia. El lector es transportado a través del tiempo y del espacio, desde la Roma de los Papas, donde el hombre se encuentra inmerso en una sociedad corrupta y opresiva, hasta el circo de Babilonia, una representación espectral de la decadencia y la locura. También se adentra en el exótico Egipto, buscando respuestas en las antiguas civilizaciones, y finalmente se topa con el bosque de los aguacatales, un lugar mágico y misterioso.
La relación con Chilabaco, un enorme sapo que le abre su corazón, es un punto crucial en la narrativa. Este encuentro, aparentemente incongruente, representa la posibilidad de una verdadera conexión, la búsqueda de algo más allá de la riqueza material y el poder. La presencia de Chilabaco simboliza la sabiduría ancestral y la necesidad de reconectar con las raíces, con lo esencial. La obra no es simplemente un relato de un hombre que se enriquece, sino una alegoría sobre la naturaleza del deseo y la búsqueda de sentido. La narrativa es un caleidoscopio de imágenes y situaciones, donde la lógica se suspende y la imaginación es la única guía.
La trama, aparentemente caótica, se centra en la búsqueda obsesiva del protagonista por conseguir para su hijo la semilla del aguacate. Este deseo, aparentemente simple, se convierte en la fuerza motriz que impulsa sus acciones a lo largo de los siglos. La semilla del aguacate, en el universo de Asturias, representa algo más que una simple fruta; es el símbolo del renacimiento, de la posibilidad de un nuevo comienzo, de la conexión con la naturaleza y el origen. La búsqueda de la semilla es, por tanto, una búsqueda de la identidad, de la pertenencia, de un futuro mejor.
El viaje del protagonista se llena de encuentros y desengaños. Se enfrenta a la corrupción, al fanatismo religioso, a la violencia, pero también a la belleza, la bondad y la sabiduría. A través de estas experiencias, el protagonista se transforma, adquiere una nueva perspectiva sobre la vida y el mundo. El hombre, que al principio se mueve impulsado por el poder y la riqueza, aprende a valorar las cosas sencillas, a conectar con las personas, a aceptar la incertidumbre. La obra se convierte, entonces, en una reflexión sobre la naturaleza humana, sobre la importancia de la conexión y el propósito.
El componente surrealista es omnipresente. Las situaciones son a menudo absurdas e ilógicas, pero esto no es un defecto, sino una característica esencial de la obra. Asturias utiliza el surrealismo para cuestionar la realidad, para mostrar las contradicciones de la sociedad, para explorar los límites de la conciencia. La obra está llena de imágenes oníricas, de símbolos y metáforas, que invitan al lector a interpretar y a reflexionar. La conclusión, aunque ambigua, sugiere que la verdadera riqueza no se encuentra en la acumulación de bienes materiales, sino en la búsqueda de la felicidad y la armonía interior.
Opinión Crítica de El Hombre Que Lo Tenía Todo, Todo: Una Obra Desafiante y Profunda
«El Hombre Que Lo Tenía Todo, Todo, Todo» es una obra desafiante, que exige al lector una apertura y una disposición a dejarse llevar por la corriente surrealista de su autor. No es una lectura fácil, pero es una lectura que recompensa al lector que está dispuesto a sumergirse en su universo imaginario. La estructura episódica, aunque a veces puede resultar desconcertante, contribuye a la atmósfera onírica de la obra y a la sensación de viaje en el tiempo y el espacio. La narración fragmentada y los cambios abruptos de escenario pueden resultar frustrantes para algunos lectores, pero son precisamente estos elementos los que hacen que la obra sea tan memorable y evocadora.
La fuerza de la novela radica en su capacidad para abordar temas universales de una manera original y sorprendente. La búsqueda del protagonista de la semilla del aguacate, aunque aparentemente trivial, se convierte en una metáfora de la búsqueda de sentido en la vida, de la necesidad de conectar con las raíces, de encontrar un propósito. La obra es una crítica a la sociedad, a la corrupción, al fanatismo, pero también una celebración de la belleza, la bondad, la sabiduría. Asturias utiliza el surrealismo para cuestionar la realidad, para mostrar las contradicciones del mundo, para invitar al lector a reflexionar sobre su propia existencia.
Más allá de su valor como obra literaria, «El Hombre Que Lo Tenía Todo, Todo, Todo» es una experiencia inmersiva. La prosa de Asturias es rica, evocadora, llena de imágenes y símbolos que se quedan grabadas en la memoria. La construcción del mundo de la novela es tan detallada y convincente que se puede casi tocar. La obra es un testimonio del genio de Asturias, de su capacidad para crear universos imaginarios que trascienden el tiempo y el espacio. Se la recomienda a los amantes del surrealismo, de la literatura experimental y de las obras que invitan a la reflexión.


