Durante mucho más de cuarenta años, Richard Kuklinski, «el Hombre de Hielo», vivió una doble vida que superó con creces lo que se puede ver en Los Soprano. Aunque se había convertido en uno de los asesinos profesionales mucho más temibles de la narración de los USA, no dejaba de invitar a sus vecinos a alegres barbacoas en un vecindario residencial de Novedosa Jersey. Richard Kuklinski participó, bajo las órdenes de Sammy Gravano, «el Toro», en la ejecución de Paul Castellano en el restaurante Sparks. John Gotti lo contrató para que matara a un vecino suyo que había arrollado a su hijo accidentalmente. También desempeñó un papel activo en la muerte de Jimmy Hoffa. Kuklinski cobraba un suplemento en el momento en que le encargaban que hiciese sufrir a sus víctimas. Hacía este sádico trabajo con dedicación y con fría eficacia, sin dejar descontentos a sus clientes jamás. Según sus cálculos, mató a mucho más de doscientas personas, y se complacía de su astucia y de la pluralidad y contundencia de las técnicas que empleaba. Además de esto, Kuklinski viajó para matar por los USA y en otras unas partes del mundo, como Europa y América del Sur. Hasta entonces, se casó y tuvo tres hijos, a los que envió a una escuela católica. Su hija sufría una enfermedad por la que tenía que estar ingresada habitualmente en centros de salud infantiles, donde el padre se ganó una buena reputación por su dedicación como padre y por el cariño y las atenciones que prestaba a el resto niños.. Su familia no sospechó nada jamás. Desde prisión, Kuklinski accedió conceder una sucesión de entrevistas. El resultado estremecedor fueron tres documentales sobre la vida de Kuklinski emitidos por la HBO. John O’Connor, del New York Times, dijo: «Pocos espectadores olvidarán este retrato tan estremecedor. Si se tuviese que cotejar con alguna película de ficción, tendría que estar a la altura de <