Tras ejercer como instructor de filosofía en la universidad de Jena, Fichte tuvo que abandonar su cátedra en 1799 a causa de las acusaciones de ateísmo (panteísmo o spinozismo) vertidas contra su filosofía. Un año después, ya en Berlín, publica El destino del hombre, con la intención de hacer llegar sus ideas a cualquiera que «sencillamente sea capaz de entender un libro». El resultado final sobrepasa, no obstante, estas humildes esperanzas, en tanto que el lector asiste asombrado a un excelente y estricto ejercicio de filosofía primera. En dicho ensayo, Fichte aborda ciertas cuestiones que se habían planteado en la triste disputa de Jena sobre «el ateísmo», pero también se encarga de la difícil fundamentación del yo a partir de la acción. La obra reviste, por otra parte, un interés historiográfico, en tanto que contribuye a entender la evolución del idealismo alemán. No obstante, su mayor logro radica en plantear con gran independencia literaria cuestiones que siguen siendo centrales para la filosofía actual: la conciencia inmediata, la intuición, la intersubjetividad o la presencia misma de una conciencia ética.