El vampiro -fascinante, aterrador, seductor- es una figura omnipresente en los relatos de todas las culturas, desde la lejana Sumeria hace cinco mil años hasta nuestros días. En Occidente -por lo menos esa es la convencioón- la tradición literaria se inicia con «El vampiro» de Polidori, que desde su publicación ha sido fuente de numerosas consecuencias, la más célebre de las que es sin duda el Drácula de Bram Stoker.
Tanto aquel «primer» cuento de vampiros como un fragmento finalmente no incluido en la conocida novela del irlandés están presentes en esta antología, en la que también aparecen como relevantes exponentes del género, desde Robert Bloch, hijo literario -correctamente reconocido, eso sí- de H.P. Lovecraft, hasta el siempre alucinado y alucinante Edgar Allan Poe. Y también una parte no rigurosamente literaria, pero cuya inclusión es más que justificable: la confesión redactada del asesino serial John Haig, el «vampiro de Londres», que hacia 1949 mató por lo menos a nueve personas para tomar su sangre.
Tanto aquel «primer» cuento de vampiros como un fragmento finalmente no incluido en la conocida novela del irlandés están presentes en esta antología, en la que también aparecen como relevantes exponentes del género, desde Robert Bloch, hijo literario -correctamente reconocido, eso sí- de H.P. Lovecraft, hasta el siempre alucinado y alucinante Edgar Allan Poe. Y también una parte no rigurosamente literaria, pero cuya inclusión es más que justificable: la confesión redactada del asesino serial John Haig, el «vampiro de Londres», que hacia 1949 mató por lo menos a nueve personas para tomar su sangre.
