Y ese Círculo Hermético, especial, atesoraba una tríada: Hesse, el aire diáfano; Jung, la luz que vivifica; serrano, la calidez que todo lo sublimiza.
Hesse era el soñador iluminado, alegre escrutador de mundos nuevos; Jung, era el infatigable buscador de símbolos y su esencia; Serrano es el alquimista que reparte, sin estridencias, la suma de sus composiciones prodigiosas.
De este modo se desmenuza este intercambio de vidas surgido de tres almas enamoradas de la auténtica trascendencia. El resto es Serrano, quien con la magia de su verbo, con la capacidad de salvar del Misterio las presencias etéreas de dos inmortales en los que él influye, revela aquí ser dueño imprescindible de esa arenilla dorada que solo tienen los alumbrados.