¿En algún momento os habéis sentido invisibles? ¿Habéis tenido la horrible sensación de que el chaval que desearíais que os mirara no os ve, por el hecho de que formáis una parte del paisaje? ¿Habéis querido plañir en el momento en que este chaval os habla, pero os trata con la misma distancia, frialdad y también indiferencia con la que trataría a la cajera del supermercado? Y puestos a preguntar, ¿os ha pasado alguna vez que quien os mira es el chaval equivocado, el que no os agrada, el que de un día para otro se hizo íntimo de vuestros amigos, aparece en todas y cada una de las fiestas y de repente está en todas y cada una de las redes y en todos los móviles inteligentes? Quiero decir que ese chaval que, no se conoce de qué forma, acaba sentándose siempre a tu lado. A mí sí. Y este es el comienzo de la historia que viví el verano de mis diecisiete años, en el Pirineo, antes de adentrarme en un pasado familiar desconocido y también inquietante.