Preguntaron a Cecil Beaton: ¿qué es la distinción? Y respondió: agua y jabón. Que es lo mismo que decir: lo muy elegante es lo simple, lo útil, lo de siempre. La distinción involuntaria se asocia al ademán generoso, a la alegría prudente, a quien aporta y calma.
El libro se divide en tres partes: «Temperamentos», «Elementos» y «Sitios». Un canon personal construido no como un cobijo contra la vulgaridad –la vulgaridad puede ser fantástica–, sino contra el sucedáneo. Completa el artículo un suplemento de afinidades con apariencia de diccionario. El mundo de este libro es fragmentario, lento, de convivencia fácil. La barredura de nombres se puede leer aleatoriamente. No esperen emociones intensas. Abrir por cualquier página, un rato de compañía, conocer algo, ir a dar un recorrido. Eso sería perfecto.
Agua y jabón habla del amor a las bibliotecas públicas, el humor barato, los mapas, la familia Cirlot, Paul Léautaud, el encanto imbatible de los pajarillos, el recorrido errante, los hippies sospechosos, las viejas pastelerías, los trenes y los zepelines, Bruno Munari, Fleur Cowles, los viajes de novios de nuestros progenitores, la Venecia de Wagner, los perros cuentistas, comer fruta directamente del árbol, lo cursi y lo camp, el Indicio, Josep Pla, las manías, los tricornios, las mantas, Snoopy, barrer nuestro trozo de acera, Giorgio Morandi, Carlos Barral, Ricardo Bofill, el surf, la lana, el queso, los jardines.
Lo recogido en Agua y jabón es el resultado de una trayectoria intuitiva y desordenada. Hay lealtades viejas y otras recientes. Hay, sobre todo, silencio, admiración, paciencia y predilección por la verdad más próxima.