Agosto es, por consiguiente, el relato de un viaje. Pero no se habla del usual viaje iniciático en el que quedan subrayados los puntos de inflexión en la evolución de los individuos. Todo lo opuesto: en este viaje nada se inicia, nada nace expulsado hacia el futuro, sino que el pasado repiquetea para poner en cuestión un presente permanente, pero insatisfecho. Por consiguiente, se habla, más bien, de un viaje de incómoda reverberación.
El rencuentro de la personaje principal con el ecosistema de una niñez y una adolescencia por momentos idealizadas y por momentos trágicas, actualizará postergaciones y ausencias. Pero la herramienta no será la melancolia, sino más bien la indecisión radical y la colateral irrupción de la violencia.
El tono de Romina Paula regresa a adquirir en Agosto esa rigidez que le deja conducir, al mismo tiempo, una inconfundible marca generacional y una universalidad íntima. La habilidad de su prosa para trasladar la oralidad a la narrativa, central en su previo novela ¿Vos me querés a mí?, se convierte aquí en el delicado avance de una voz a medio sendero entre el discurso interior y la apelación a una segunda persona improbable, construida sobre retazos de una subjetividad compleja e irresistible