Recorrer retrospectivamente poco más de treinta y cinco años de reflexión y trabajo de escritura resulta una severa lección de humildad. Jamás se sabe de qué manera se forman los caminos, cómo huellas anónimas un día escogieron quedarse, y después otras y otras más se imprimieron encima hasta abrir brecha y marcar un trayecto que de alguna manera enigmática resultara a la postre exacto, útil y presto a llevar al viajero que por él se aventura hacia su destino. Como alguno de los individuos de Samuel Beckett , asimismo yo “soy palabra entre palabras”, y en esta antología quisiera invitar a mis interlocutores un acto de fraterna hospitalidad a estilo Èdmond Jabés, a comunicar conmigo un paseo de testimonios y reflexiones que no por verse impreso, es ya definitivo, sino invita a la aventura de redescubrir de nueva cuenta, y de otra manera, lo que nunca termina por fraguarse y siempre y en todo momento en todos y cada rencuentro resultará eternamente virgen: el secreto de nuestra fáustica condición humana.